Durante algunas décadas en el siglo XX la energía requerida para un desarrollo acelerado, que incrementaba su consumo en forma exponencial, estuvo disponible en cantidades aparentemente ilimitadas y a precios razonables, por lo que no se apreciaban motivos para reducir su consumo. Con el advenimiento de la primera crisis del petróleo, en los años setenta del siglo pasado, grandes sectores de la opinión pública mundial comenzaron a tomar conciencia sobre la naturaleza finita de los recursos energéticos más empleados y la necesidad de preservarlos.