Es habitual citar el hecho de que aproximadamente un 70% de la información que manejamos en cualquier tipo de disciplina está georreferenciada (Olaya, 2014). Es decir, que se trata de información a la cual puede asignarse una posición geográfica, y es, por tanto, información que viene acompañada de otra información adicional relativa a su localización. Es por ello por lo que también en los últimos años, hemos asistido a una revolución cartográfica, entendida ésta no sólo en un cambio tecnológico en las formas y modos de generar y producir la cartografía, sino en el uso generalizado que de ella se hace hoy por los ciudadanos. La elaboración misma de cartografías ha pasado de ser un terreno exclusivo de profesionales del sector a estar incluso abierta a una labor colaborativa tanto de uso como de generación. Pero los cambios no han sido sólo en las dos dimensiones básicas de la representación cartográfica. La tercera dimensión espacial también ha vivido un período de crecimiento que nos permite hoy beneficiarnos de los últimos avances en CAD, BIM, SIG y estándares del Open Geoespatial Consortium (OGC) (Álvarez et al, 2018). En los modelos tridimensionales podemos hablar de dos grupos que dependen de la naturaleza de los datos de partida. Por un lado, tenemos aquellos que parten de la reutilización de datos espaciales y atributos como son los casos de CityEngine, 3D Studio o SkechUp, modelos tridimensionales provenientes de BIM. Por otro lado, existe otro grupo que parte del uso de datos obtenidos exnovo a partir de archivos LIDAR apoyándose o no en bases de cartografía catastral.